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jueves, 20 de septiembre de 2012

La Prima Angélica (Carlos Saura, 1974)


Menuda película que elegí para volver a tomar el contacto con Saura. La Prima Angélica es cine progre en... bueno, es la definición de cine progre, de cine para intelectuales de izquierdas, de los que miran la película con el dedo en la mejilla analizando los simbolismos. Pero es que esta película es todo eso, sin complejos, y llevado con una efectividad pasmante: es todo símbolos, todo intelectualidad, y como manda el tópico, con visión crítica del bando ganador de la Guerra Civil y sobre el estamento religioso (hay una larguísima tradición crítica con la Iglesia tanto en cine como en literatura de la que disfruto muchísimo al encontrarme un nuevo ejemplo).

Ésta es una de las colaboraciones que tuvieron Saura y Rafael Azcona, y una de las tres películas donde López Vázquez parecía decir "yo también hago cine serio". La cosa trata de casi un plagio de Fresas Salvajes, la de Bergman. Vamos, lo digo porque sin haber visto la de Bergman pensaba "coño, si esto es el argumento de Fresas Salvajes ¿no?". Los parecidos van más allá: Luis (López Vázquez) regresa a Segovia, pueblo donde pasó un verano con su prima Angélica y su familia. La familia eran una panda de cretinos y además, del bando que se sublevó, y Luis recuerda su paso ese verano con López Vázquez interpretándole también de niño. En este momento, al cuarto de hora de la película, no pude sino cruzar los dedos para enterarme de todas las triquiñuelas narrativas (flashbacks que ocurren en cualquier momento, narración no lineal) y admirar a López Vázquez por los fregaos en los que se llegó a meter en los 70 y de los que salía siempre airoso. Hace de adulto, de niño, registra todas las emociones posibles, y no cae en ridículo en ningún momento.


Pero el que realmente se mete en un fregao importante y sale airoso, hasta cierto punto, es Saura. A veces es exageradamente explícito con sus referencias - hay una escena donde Luis adulto explica a la hija de la prima Angélica (que se llama también Angélica, con toda la confusión previsible que provoca en Luis) en qué consiste lo de la magdalena de Proust, por si alguien no lo había pillado ya - pero en general es una maravilla cómo retrata todo lo que quiere retratar: Luisito indeciso de si compartir la alegría o no cuando "el movimiento salvador" gana en Segovia - sus padres eran republicanos -, el terror del niño cuando se da cuenta de que les está cayendo una bomba encima, las conversaciones culturales donde el marido de Angélica - un cuñadísimo español - desprecia la cultura y la historia tranquilamente, o esa escena pesadillesca con una monja (Julieta Serrano!) que, bueno, grita ¡metáfora!


Pero además del simbolismo, se nota que es una película muy personal, muy de hablar de Saura (¿y de Azcona?), quien parece parte de las conversaciones, parte de los flashbacks, y quien está claramente resentido con esas familias que la pagan con un niño, a todas horas, simplemente por las convicciones políticas de sus padres - y por otras razones de amor despechado que se dejan caer. En general, el resentimiento: resentimiento con unos padres que dejaban al niño con el enemigo, resentimiento con sus tíos y su abuela por su absoluta mezquindad, resentimiento y frustración con Angélica por ese trato tan condescendiente con el que le machaca, resentimiento con los resentidos por él por razones de las que no tenía la culpa. Contínuamente se pregunta ¿por qué tanta mezquindad?



Y entre hachazo y hachazo a las instituciones religiosas, la estructura de la película es fascinante como poco. Habla de la fragilidad de los recuerdos, y de hecho deja claro que los recuerdos que comenta no tienen por qué ser verídicos. Hay una parte donde los recuerdos se confunden con el presente, y no se sabe hasta qué punto es idealización o narración verídica, pero esta narración a varios niveles funciona perfectamente: a Luis le abren las cortinas y le da la luz en la cara al mismo tiempo que le inundan los recuerdos, Luis y Angélica no pueden escapar de Segovia al igual que no puede escapar de los recuerdos y ella de su marido. El final casi cobra una estructura circular: Luis, azotado, Angélica, severamente peinada, el pelo llevado por los caminos rectos, alejados de las ideas rebeldes y seguramente pecadoras de Luis, al que se acosa de niño para conseguir acusarle de todas las perversiones posibles.

En un primer visionado me pareció una película bastante pedante y algo fallida. Ahora me parece fascinante: todo lo que cuenta parece verdad (me creo la mezquindad, me creo el papel asfixiante y cretino del catolicismo), todos los actores son estupendos, todo está narrado y rodado con cuidado e inspiración. Pero lo que más me ha impactado es lo que rodeó a la película, la cual tuvo polémica antes de estrenarse por su contenido ideológico (sobre todo por el personaje del tío, un falangista absolutamente malvado): proyecciones interrumpidas por grupos falangistas que tiraban bombas fétidas (¡metáfora!), robo de la película en el cine Amaya, una bomba en el cine Balmes que quemó el cine y parte de la fachada (todo esto leído en internet en un artículo breve de Carmina Gustrán Loscos, Universidad de Zaragoza, accesible aquí , y ya aprenderé a hacer notas a pie en un futuro), y un auténtico éxito de taquilla. A mí eso me parece fascinante ¡hordas de espectadores intelectuales que van a descifrar el cine de Saura! ¡Cafés llenos de fumadores de pipa que analizan cada símbolo! Eso parece casi una ucronía ¿cine abiertamente intelectual y político que quieren ver, que desean ver, la mayoría de espectadores nacionales? Si se estrenase una película así ahora mismo estaría todo el grupo de la caverna poniéndola a parir, hablando de las subvenciones, criticando cualquier aspecto artístico, y por supuesto hablando de plagio de Bergman (quien, visto lo visto, es otro progre, aunque mejor no lo digamos muy alto), mientras que el resto estarían en sus comentarios de menéame hablando de que el cine español es una mierda y no merece ni una descarga por el torrent. Así que recomiendo esta película, aunque sea, como símbolo de un tipo de cine que creo que no vamos a volver a ver nunca.