sábado, 22 de septiembre de 2012
Me enveneno de azules (Francisco Regueiro, 1969)
Paco Regueiro, como parece que le llaman los críticos que ya están familiarizados con su obra, es la definición de cineasta maldito. Un conjunto de películas que abarcan desde los 60 hasta "Madregilda" de 1993, con todos los adjetivos típicos con los que se suelen criticar condescendientemente a los directores con un poco de independencia: inclasificable, insobornable, impenitente, etcétera. Por lo visto en "Me enveneno de azules", si se le puede aplicar un adjetivo es el de imprevisible.
En principio parece una película hecha para el lucimiento de Junior, quien debió resfriarse durante el rodaje (no sé si tiene más metraje con o sin el pecho descubierto), en un melodrama familiar de chico rebelde incomprendido. Pero es mucho más oscura que eso: un melodrama lento, a veces indescifrable, sobre una familia de un padre y dos hermanos que parecen adictos a destruirse los unos a los otros: Miguel, que viene de París por razones oscuras, su hermano que es un cineasta, su padre que no se deja ver, y Marta, antigua novia de Miguel quien le engañó para irse con su padre y ejercer de actriz para su hermano. Es un argumento sórdido pero muy sencillo, que Regueiro estira ejerciendo una narración visual bastante interesante. Y algo incoherente.
Ya desde los títulos de crédito todo indica que esto es una Película Seria: una tipografía caligrafiada, y una 7ª Sinfonía de Beethoven cuyo primer movimiento se repite una y otra y otra vez y otra más en los momentos de drama y soledad del pobre Junior, en un blanco sobre negro. Pero en esos primeros minutos ya se ve lo mejor de Regueiro: un uso del scope magnífico, que retrata un Madrid en el que sólo parecen andar los personajes principales por las calles, por las casas, por los supermercados. A Regueiro le emparentaban bastante con la Nouvelle Vague por entonces, y algo hay en esa cámara que está al hombro, dando vueltas alrededor de los actores, persiguiéndolos, y sin descuidar unas escenas perfectamente encuadradas, fotografiadas, iluminadas. Comparándola con la entrada anterior, la de la película pop de Pedro Olea, ésta casi parece una pesadilla con personajes parecidos y colores igual de chillones, sin canciones de Los Relámpagos, sino con Beethoven machacando marcialmente. Los posibles parecidos se acaban ahí: en ésta la narración se vuelve en algo totalmente meta en cuanto se centra en la figura del hermano, quien rueda una película basada en aspectos de la vida del protagonista, casi unicamente por el placer de hacerle daño.
La figura del padre malvado, que sólo aparece una vez para marcar territorio frente al hijo, esas relaciones familiares tan malsanas, esa mujer malvada que tiene enamorados a los tres familiares... todo promete una tragedia shakesperiana que no sorprende mucho cuando estalla. Dato necesario: la mujer fatal es Charo López, jovencísima, guapísima, que domina la cara de fragilidad y desprecio, y que casi se convierte en el aliciente para ver este drama descompensado. Y aún no he comentado por qué es descompensado: porque dura poco más de 80 minutos, y muchos de ellos se gastan en rodar la cara de Junior mientras suena la música clásica ominosa, intentando captar todas las facetas de una angustia adolescente que acaba cansando. Que en este caso está justificada: esta especie de Hamlet humillado por su ex novia, su hermano, y maltratado por su padre quien, cuando al fin se digna en aparecer, es para pegar al hijo. Pero que no da para tanto narrativamente.
Son las escenas individuales las que impresionan, así como eso tan de Antonioni de recalcar la importancia de la arquitectura moderna en la deshumanización de los personajes, que a ratos me hacía pensar que con cambiar un par de detalles podría haber sido un relato postapocalíptico. Pero quizás sea dar demasiadas vueltas a una historia bastante fallida, a ratos aburrida, y que, francamente, no tengo ni la menor idea de a qué público iba dirigida. Viendo los avatares de Francisco Regueiro, es probable que quisiera contar algo y tuviera interferencias de la productora quienes destrozaron su historia original para hacerla incoherente, pero el resultado es el que es: una película muy bonita de ver, muy tremenda en lo que cuenta, e incoherente.
Aún así me fascina. Será la cámara en mano, serán los escenarios vacíos, será el uso de los reflejos sobre metales o esos claustrofóbicos pasillos que no para de rodar, pero me fascina mucho. Razón suficiente para seguir investigando sobre Paco Regueiro en los años setenta.
(Todas las imágenes sacadas de un blog que lleva mucho tiempo haciendo lo que éste, No Hija No )
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