jueves, 24 de octubre de 2013
La muestra de control: Lo verde empieza en los pirineos (1973, Vicente Escrivá)
Me he dado cuenta que para poder valorar las películas de Querejeta y demás hay que tener un contexto, y el contexto es precisamente el comercial, el otro cine, el cine del landismo de la época. Y dentro del cine landista creo que ésta es la más característica: con un reparto que estaría en gran parte de las películas tardofranquistas intelectuales (López Vázquez, José Sacristán) e incluso con los mismos temas. Es esta coincidencia temática lo que más me intriga: estas películas sobre la España desarrollista también tienen un componente crítico, aunque está tratado de una forma notablemente distinta.
También os tengo que confesar una cosa: muchas de estas películas las estoy viendo a trozos, profundizando cada día en una escena en concreto, encontrando puntos en común, disfrutando del reparto y de la forma en la que se interpretan los textos para, a veces, elevarse sobre ellos. Y como muchas veces coincide en que José Luis López Vázquez, el actor que no se aburrió en los 70, con lo que los parecidos se amplifican. Pero al final queda todo en películas muy distintas con fondo parecido.
El punto de partida de "Lo verde empieza en los Pirineos" es irresistible desde el ingenioso título: varios españoles medios y gris deciden ir a Biarritz a poder ver películas que no llegaban a España y de paso a ver mujeres que no se veían en España. Ese punto de partida y esos primeros minutos, fracamente, me vuelven muy loco: López Vázquez traumatizado con las mujeres por culpa de los curas y viéndolas, si son atractivas, con una barba espesa; un bar cutre en donde se vuelven locos por ver una postal de una mujer desnuda (de la que se habla en todo el pueblo); unas de las primeras muestras de cine exploit censuradas y recortadas dejando a los españoles cerdetes totalmente frustrados... Es un universo que es la parte lúdica y ligera del universo de las películas de Querejeta: españoles que ven todo lo externo como más atractivo, locos por la entrada de las mujeres extranjeras con poca ropa en verano, con una crisis en la treintena y la cuarentena, que desprecian a sus mujeres, y con un machismo y una misoginia que revela, de forma explícita, el auténtico terror que tienen a verse desnudos ante el otro sexo.
Nadie mejor que López Vázquez para este papel, que interpretó en todas sus sutilezas y permutaciones posibles a lo largo de tres o cuatro años. Él, Rafael Alonso y José Sacristán hacen lo que les manda el guión y la dirección: interpretar esa historia como si fuera un sainete o una revista. Y es esto precisamente la diferencia más notable con el resto de películas de cine progre: el tono, muy de Arniches, o en referentes más modernos, muy de Pepa y Avelino. Esto es el landismo (sin Alfredo Landa esta vez): en vez de criticar, reírse con, en vez de denunciar, brindar por ello. Tiene también todo un toque infantilista (al fin y al cabo lo del trío protagonista es un road trip practicamente idéntico al de "Días de viejo color", pero aquí hasta cantan canciones de campamento), y en vez de una Francia que acongoja como la de "Españolas en París", aquí hay una Francia paradisíaca llena de libertades y... que esto es, en definitiva, un panfleto turístico de Biarritz, "tierra de la cultura cinematográfica".
Pero por cada provincianismo y catetismo, hay momentos de humor con alguna lectura interesante y que realmente sí refleja (o debe reflejar, que al final parece que las películas son lecciones de historia) las inquietudes españolas de entonces. La primera es la eterna hipocresía de los españoles: en casa, nada de sexo, y fuera, libertad total. Todo por el qué dirán. Biarritz, como un cuarto oscuro, es un universo donde, al salir de él, la gente vuelve a la normalidad, pero que dentro de él se vuelven locos. Pero, de todo de todo, lo que más me gusta es que recuerda aquella época donde uno se tragaba los mayores pestiños eróticos disfrazados de intelectualidad junto con dramas realmente interesantes o comedias, porque hiciera lo que hiciera la gente detrás de las cámaras, lo que importaba era ver cacho. Ahí está la muy significativa parte donde el trío se debate entre ver "Ella, yo y el otro" , "Inga" o "La gran comilona" , y en ésta no llegan a meterse porque alguien les dice que trata sobre la decadencia de Occidente. Como si no tratase de eso y se enseñase carne a la vez. Al final ven cinco veces "El último Tango en París", "Clínica sexual", se quedan dormidos en "La naranja mecánica" (!!!!) y, en el fondo, les da igual todo. A ellos y al resto de españoles, cinéfilos como nunca en la vida motivados por ver tetas. Esta idea me parece un tanto subversiva y maravillosa: gente que se vuelve cinéfila e intelectual por buscar material de paja. Ahí estuviste fino, Vicente Escrivá.
No voy a negar que esto es echarle mucho entusiasmo a un humor típico de Larry Laffer, pero al igual que con el protagonista de esas aventuras gráficas, Escrivá juega a que te identifiques con ellos, te rías con ellos, te rías de ellos y los desprecies cuando creas que jamás podrías llegar a esos niveles de ridículo, así con unos cuantos terrores típicos heterosexuales. Pero claro, también tiene problemas, y un problema muy metatextual que ya habréis adivinado: es una película en la que había que meter cierta cantidad de carne y sexo chungo, y aparte, es una película en la que todos los mejores cartuchos se gastan en la primera mitad, y no puede evitarse el giro moralizador.
Y pese a que el trío protagonista está formado por muy buenos actores, es Nadiuska quien llama la atención: una mujer guapísima, expresiva, y un personaje que es puro pathos andante (metatexto!). Es ella, la música de Antón García Abril y una cierta pericia montando escenas del Escrivá lo que uno recuerda de, eso, este sainete, esta recopilación de temas venidos y por venir, esa mezcla entre comedia antigua y comedia por venir, y con algunos toques de ternura muy inesperados y muy bonitos. O quizás soy yo, que estoy con la morriña.
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