miércoles, 26 de diciembre de 2012

El Desencanto (Jaime Chávarri, 1975)

Jaime Chávarri o Michi Panero, por lo que cuentan, y Elías Querejeta apuntándose otro tanto como motor del mejor cine de entonces. "El Desencanto" es, por consenso, LA película que mejor simboliza la muerte del franquismo. Y como siempre, de acuerdo, la familia de los Panero Blanc son un paralelismo perfecto del régimen, y su desestructuración se puede interpretar como los males de una dictadura que supuestamente mantenía el orden, pero eso es quitar mucha humanidad a los personajes del metraje. Que, vaya, no son personajes, que son gente de verdad. Y que esto es un documental.

Creo que lo que "El Desencanto" deja claro es que la sobredosis de inteligencia e intelectualidad crea monstruos, y que la sobredosis de clase y educación los mantiene bien fuertes y alimentados, hasta que escapan, aunque sea temporalmente. Los monstruos aquí son las crisis de Leonardo Panero, la figura ausente del padre, las relaciones entre todos y los hachazos dialécticos que se lanzan entre sí. Felicidad intenta mantener el tono bucólico, con sus menciones al viento azotando las encinas y a Madame Bovary, pero en seguida los hijos empiezan a sacar la porquería, sobre todo Michi. ¿Por qué no se opuso cuando asesinaron a unos cachorros? ¿Por qué no se opuso a su padre? ¿Por qué aguantó mientras el padre Panero la dejaba para estar, de forma más o menos platónica, con su amigo Luis Rosales noche tras día? Juan Luis intenta huir del conflicto encerrado en sus fetiches, su alcohol y sus poses de intelectual de los 70, Felicidad responde con sonrisas, Leopoldo contesta sus dardos, Michi se muestra indignado con el destino de su hermano y la cobardía de su familia.

La estructura deja a Leopoldo ausente durante la primera mitad, que quizás se hace un poco dura. Esos momentos los llenan los soliloquios de todos, quienes hablan entre sí a veces mediante diálogos y a veces en monólogos. Los chicos casi nunca miran a la cara, no dejan de fumar, tienen unos acentos indescifrables. Hablan con subordinadas interminables, como si esas subordinadas ocultaran la crueldad que recuerdan. Cuando aparece Leopoldo empiezan las recriminaciones más bestias, sin que Felicidad pierda la sonrisa, y de hecho sin que ninguno de ellos la pierdan: parece que aún no estén acostumbrados a tener conflictos entre sí y que los quieran evitar, aunque el orgullo les obligue a soltar sus opiniones con toda su crueldad. Se quieren querer, o se querían querer.

Es fascinante a muchísimos niveles. Por un lado casi funciona como una metapelícula de todos los temas; en un momento Juan Luis habla de la crueldad intrínseca de la población española que tanto le fascina y detesta (vamos, lo que en este blog denomino "mezquindad"), y todo lo que cuentan parecen variaciones de los argumentos de novelas conocidas críticas con la sociedad patria. Por otro lado ¡que son gente de verdad! que son ellos los que se han dejado destripar frente a la cámara. Y por otro, que es el que más me gusta, es un retrato fantástico de la intelectualidad, de sus intentos de entenderlo absolutamente todo partiendo de una cultura inmensa y de la enorme frustración de no entenderlo. Ese desprecio y autodesprecio que tienen todos. Ese cinismo que no puede ocultar muchos prejuicios e ideas equivocadas. Y ese bestial talento que tienen los cuatro, aunque cada uno en una medida distinta, en ver la vida de una forma alejada, irreal, que parece intrínseco al creador. Cuatro personajes que tan pronto están dando rodeos para hablar de sentimientos como se hablan de chupar rabos a cambio de tabaco o de acusaciones de tomar "grifa".

Eso sí, me ha costado al menos 10 intentos lograrla ver entera. Se disfruta, es enteramente citable, pero es dura de ver y quizás de entender. Y maravillosa también.

2 comentarios:

  1. Nunca he visto la segunda parte, me pregunto si vale la pena

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  2. A mi me gusta bastante 'El Desencanto'. Me sobra todo el paralelismo que se ha querido hacer con la situación política del momento en que se hizo la película; simplemente, me resultan fascinantes los Panero hablando en primera persona en la forma en que Chávarri hila sus monólogos y diálogos. Nos hace asistir, tal vez con curiosidad morbosa, a la narración de su decadencia. En suma, un final de raza astorgano.

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